50 años: el desafío de un complejo aniversario
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¿Cuál es el espíritu con el que Chile debe conmemorar los 50 años del golpe militar de 1973?
A pocos días de comenzar el mes de ese aniversario de medio siglo la pregunta es muy válida, pues como recalcó un artículo de Diario Financiero el viernes pasado, la conmemoración de los 50 años ocurre en un ambiente político -no necesariamente social o ciudadano- significativamente más crispado y polarizado que, por ejemplo, el de los 30 años (bajo el gobierno de Ricardo Lagos) o los 40 años (con Sebastián Piñera).
Si miramos al pasado con respeto, pero sin ser sus rehenes, podremos encarar los desafíos del presente y el futuro.
Tal vez la principal diferencia entre esos hitos y el actual sea que, en términos generales, hace 10 y 20 años el énfasis de los actos para recordar el quiebre de nuestra democracia fue de carácter “histórico”. Esto es, se buscaba no perder la memoria e invitar a la reflexión sobre hechos que marcaron el pasado del país y cuyas consecuencias, sin duda, influyen en nuestro presente desde diversas dimensiones. En eso consiste, justamente, la memoria histórica: un esfuerzo de comprensión del pasado que ayude a iluminar, siempre de modo imperfecto e incompleto, el presente.
Aquel es un ejercicio no sólo valorable, sino necesario. Muy distinto, en cambio, es un enfoque que pretenda “mantener vivo” el pasado para darle sentido al presente. Igualmente grave es un intento de cristalizar una suerte de “versión oficial” de la historia que busca negar -incluso, demonizar- la reflexión sobre el pasado, como ocurrió con la forzada renuncia del coordinador de la conmemoración de los 50 años, sólo porque planteó que la condena del golpe militar no excluía una reflexión (y tal vez una crítica) sobre el gobierno de la Unidad Popular.
Tres cuartas partes de los chilenos no estaban vivos hace 50 años; los problemas del Chile de 2023 no son los de 1973. Tampoco los desafíos o las oportunidades, las preguntas o las respuestas. El pasado histórico, con sus luces y sombras, es algo que nunca debemos dejar de estudiar y sopesar, pero no define quiénes somos, y ciertamente tampoco quiénes seremos en el futuro.
El país que podemos ser -no el que fuimos- está en nuestras manos. Si miramos al pasado con respeto, pero sin ser sus rehenes, podremos hacernos cargo de ese desafío.